Amanecía una mañana gris, con centenares de nubes cubriendo el cielo sueco. Ese día Catherine se levantó algo más tarde de lo normal ya que el sol se había olvidado de anunciarle que era de día. Cat abrió los ojos con una extraña sensación que le provocó un escalofrío por todo el cuerpo.
-Qué frío...-Musitó mientras se frotaba los brazos. Observó el lado derecho de su cama donde Rubber continuaba durmiendo plácidamente.-No quiero despertarlo todavía.-Cat arropó a su amiguito y se levantó intentando hacer el menor ruido posible.
Calentó un poco de leche y cubierta con una manta, se sentó en la ventana a disfrutar de su desayuno. No se atrevió a abrirla, el contoneo de los árboles que por los cristales contemplaba la avisaban de que sería mejor que se quedara en casa. Pero no estaba dispuesta a seguir ese silencioso consejo. El frío siempre traía consigo un frescor que embadurnaba los frutos silvestres y le daban a sus tartas un sabor distinto, y a Rubber le encantaban.
Terminó su tazón de leche y se abrigó con la intención de salir a por los ingredientes de su tarta. Cat agradecía esos días tan fríos y húmedos. A pesar de calarle los huesos y congelarle las manos, aliviaban el ardor y la presión del agujero en su pecho, por ello siempre que podía aprovechaba para dar un paseo por los alrededores de su cabaña.
Antes de salir, volvió a echar un vistazo a la cama, Rubber aún se encontraba profundamente dormido, Cat pudo ver el bultito que hacía bajo la colcha. Cerró la puerta con delicadeza y se ajustó la bufanda para que le protegiera el rostro lo máximo posible.
El bosque se encontraba todavía dormido. El silencio y la tenue oscuridad confirmaban que la vida campestre también necesitaba de la luz solar para comenzar con su rutina. La tierra se encontraba cubierta con una alfombra de hojas secas con las que Cat disfrutaba al escuchar el crujido que emitían el ser pisadas. Aunque una pequeña neblina impedía a Cat poder contemplar qué sucedía bajo sus pies.
Los árboles comenzaban a perder sus hojas, y los pocos que quedaban todavía vestidos luchaban contra el venidero invierno por no quedar un año más desnudos ante su llegada. Catherine giró la vista y contempló su mortecino árbol vestido con las hojas que ella misma le tejía cada mañana. "Tú siempre estarás elegante para recibir a cualquier estación", dijo muy bajito.
Continuó su camino en silencio, atisbando de vez en cuando el paisaje anaranjado y rojo por el que estaba caminando. Sentía frío en todo el cuerpo, su delicada y blanca piel se volvía rojiza cuando sentía que bajaba la temperatura. Pero el hueco que sustituía a su corazón agradecía esa pausa que el viento le cedía a su resquemor. Catherine podía sentir la brisa helada calmando el interior de su carne.
Paseó durante más de media hora sin darse cuenta de que estaba alejándose demasiado de la cabaña. Pero aquél frío era tan consolador...
A su paso iba recogiendo pequeños frutos de entre los matorrales que se iba encontrando. El rocío helado que sobrevivía a la noche les daba un color vivo y apetecible, Cat contuvo las ganas de probar alguno y los almacenó en la cesta que había cogido antes de salir de casa. "A Rubber le va a encantar", se contentaba en pensar. Un negro cuervo la arrancó de sus pensamientos al atravesar las quebradizas copas de los árboles. Asustada, Cat reaccionó ante el ruido alertándose de que aquello no eran los alrededores de su cabaña.
-¿Dónde estoy?-Se preguntó.-Desde aquí no voy a saber volver...-Giró sobre sí misma intentando identificar algo de lo que le rodeaba. Pero la neblina ascendía lentamente y aquellos deshojados árboles parecían todos iguales.
Se ajustó el abrigo e intentó tranquilizar sus nervios, ¡era el bosque de siempre! caminando un poco conseguiría encontrar la vía de vuelta a casa. Pero a cada paso se inquietaba más. Las nubes iban tornándose en un color casi negro, amenazando lluvia, nieve, tormenta... o cualquier cosa que pudiera entorpecer más el camino hacia la cabaña. Y la niebla espesaba como el chocolate caliente de las mañanas. Catherine apretó el paso sin saber muy bien hacia dónde se dirigía, aquél paraje se iba volviendo más extraño conforme se adentraba en las entrañas de ninguna parte.
Cuando quiso darse cuenta, corría acalorada haciendo temblar las frutillas dentro de su cesta. Quería volverse silenciosa en aquél lugar que expiraba desconfianza, pero las hojas secas que cubrían la extensión del bosque, la delataban por donde quiera que iba. Casi parecía que flotaba, sin rumbo, desesperada por volver a la seguridad de su casa, donde le aguardaba Rubber.
-¡Voy a quedarme atrapada!-Jadeaba sin aliento.-Encontrarán mis restos rodeados por lobos y saquearán todo cuanto haya en la cabaña, ¡pobre Rubber!-Cat siempre fue dada a la exageración, y más aún cuando nada interesante asaltaba sus solitarios días dentro del bosque.
Corrió durante diez, quince minutos, observando por el borde de sus ojos los troncos secos y borrosos que pasaban por su lado a toda velocidad. Pero por más que corría, nada le era familiar, y su fantasiosa cabeza se divertía relatándose historias de fantasmas y hombres lobos que asaltaban a las jovencitas cuando salían solas a recoger frutos silvestres.
No pasó mucho tiempo más hasta que los pies de Catherine decidieron pausar aquella huída frenética. Le dolían las rodillas y el tobillo izquierdo que se había torcido un par de veces. Aminoró la marcha lentamente, le costaba respirar y en el caso de haber tenido corazón, seguro que se le habría salido por la boca. Se encorbó lo suficiente para poder apoyar las manos sobre sus muslos e intentó estabilizar su respiración, haciendo caso omiso del siniestro ulular de un búho madrugador que la observaba desde una rama. De repente, algo interrumpió los ejercicios tranquilizadores de Catherine.
Continuará...
1 comentario:
Quiero un vaso de leche yo también.
(un miau
de parte
de otra Cat)
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