¿Qué es La Coleccionista de Lágrimas?

Atento a la sinopsis en el primer apartado de la columna de la derecha :) Disfruta de la lectura.
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13.2.10

Cap. Tres (parte tres)

Aquella frase de a penas tres palabras pudo tener el impacto de una bomba de cañón. Al sintético razonamiento de Rubber le costó resistir aquella explosión.
-¿Có...cómo que te mueres? ¿De qué hablas, Cat? ¿Qué ha ocurrido verdaderamente?
-Me sorprende que siendo un muñeco de trapo con vida te cueste creer que he podido encontrarme con una pequeña niña que afirmaba ser mi futuro.-Cat respondía con ironía y miedo, a la vez que intentaba creer en sus propias palabras.
-Cuéntame qué ha pasado.-Las palabras de Rubber se deslizaron por la habitación casi como una súplica. Catherine se acercó con cuidadoso sigilo, como queriendo apaciguar el hervidero de su mente con su acunar de caderas. Llegada al borde de la cama, esperó paciente a que Rubber se instalara en el cabecero de la cama para poder estar a su altura. Luego, relató lo ocurrido aquella abstracta mañana.
-Entonces... ¿Qué vamos a hacer?-Inquirió finalmente el muñeco.
-No lo sé... a veces ni siquiera recuerdo ya mi nombre.-Cat miró sus pies.-Quizá podría coserme un corazón, como te cosí a ti.-Sonrió sin ganas intentando quitarle hierro a la situación. Pero aquellos momentos le pesaban más que todas las lágrimas que había llorado. Y a Rubber también.
Transcurrieron unos minutos en los que se podía aspirar la compasión y la tristeza en el aire, pero ninguno se animaba a compartir aquellos aromas con el otro. Se limitaron a fingir que pensaban en silencio, interiorizando ideas de abatimiento que les inundaban. Pero sólo hasta el momento en el que algo volvió a interrumpir sus notas mentales.
-¿Lo has oído?-Se sobresaltó Rubber.
-No, ¿el qué?
-Algo, fuera. ¡Como pasos!
-¿Pasos?-Cat se unió entonces a aquél sobresalto.-¿Será la pequeña de nuevo?
-Si vamos a empezar a recibir visitas, deberás limpiar un poco la casa.-Bromeó Rubber, pero no estaba la situación para chistes. Catherine le dirigió una mirada acentuada por un ceño fruncido.
Se levantó como una mariposa que se deja conducir por las corrientes de aire y se acercó casi en volandas hasta la ventana, escondiendo su silueta tras la cortina para no ser vista desde el exterior. Rubber esperaba impaciente todavía desde la cama, donde si permanecía inmóvil, podía pasar perfectamente por el inocente juguete de un niño.
-¿Qué ves, Cat?-Preguntó al fin. Cat se limitó a poner un dedo en sus labios, indicando que guardara silencio. Deslizó su perfil por el marco de la ventana e inmediatamente agachó su cuerpo quedando justo por debajo de ésta.-¿Qué pasa, quién hay?
-¡Un muchacho!-Chilló en susurros con la respiración bailándole un tango en los pulmones.
-¿Cómo que un muchacho?-El muñeco de trapo bajó de la cama con espíritu investigador, pero los gestos de Catherine le ordenaron que se quedara en el sitio.
-¡Pues un muchacho, no te muevas! Si tenemos suerte, pensará que no hay nadie y se marchará.


Continuará...

12.2.10

Cap. Tres (parte dos)

-¿Qué ha sido eso...?-Preguntó en voz alta, aunque la verdad es que prefería no escuchar respuesta. Saber de lo que podría tratarse, sólo la hacía ponerse más nerviosa.
Silencio de nuevo. Sólo el movimiento de las pocas hojas de los árboles inundaba el neblinoso bosque.
-¡!-Cat se sobresaltó, de nuevo aquél sonido, como un lamento. Agudizó el oído sin estar muy segura de querer hacerlo y esperó a que volviera a producirse.-¡Alguien llora!-Identificó al fin.
Catherine intentó averiguar de dónde procedía, se escuchaba lejano, como atenuado por un eco. Tras haber sosegado su respiración, se decidió a caminar lentamente hacia el origen de aquél lamento que la envolvía. Su andar era lento, transparente, como el de un espectro atravesando el aire. A cada inseguro paso que daba, se acercaba más al foco de aquél llanto.
Tras unos pocos segundos, estuvo convencida de haber llegado al lugar del que salía aquella embriagadora pena: Delante suya encontró abierta una grieta en la montañana, una cueva que no mostraba más que un interior oscuro y frío.
-Entrar aquí sería venderme a la muerte...-Caminó hacia atrás, cediendo ante su instinto.-Pero por otra parte,-Paró.-alguien podría estar herido.-Se armó de un inesperado valor y tras dejar la cesta en el suelo, dirigió sus agotados pies hacia el interior de la tenebrosa cueva.
No tardó mucho en perderse entre la oscuridad, perdiendo por completo de vista cualquier cosa que pudiera tener en frente suya. Caminó con los brazos extendidos, temerosa de poder chocar contra alguna roca, o caer al vacío por algún pozo sin fondo. Pero no veía nada de nada.
-¿Quieres escuchar una historia?
Una voz infantil perturbó la paz que reinaba en la cueva. Catherine paró sus pasos en seco, sintiendo una a una las gotas de sudor frío que le recorrían el cuello.
-¿Qui...quién ha dicho eso?-Preguntó con un hilo de voz.-No puedo verte...
Al instante una pequeña llama dio un toque de luz a las sombras que allí residían. Cat dirigió la vista hacia la portadora de la luz, no era más que una niña pequeña. Se tranquilizó al observar la figura de la jovencita que ante ella sostenía una vela entre sus manos. Tenía el cabello rubio y largo entrelazado en dos coletas que resbalaban por sus hombros. Sus ojos negros parecía que habían absorbido la oscuridad que les rodeaba y, vestía su cuerpecillo con un delicado vestido blanco. Parecía una niña de familia rica y, quizá no superaría los once años.
-¿Qué haces aquí, pequeña?-Cat se posicionó a la altura de la muchacha.
-¿Quieres escuchar una historia?-Se limitó a repetir. Catherine dudó unos instantes.
-¿De qué se trata?
-Había una vez,-Comenzó.-una chica que se enamoró joven. Sabía tejer, era guapa, lista y heredaría el negocio de su padre. Pero decidió abandonarlo todo por un cazafortunas que acababa de conocer. Se la llevó lejos de todos y habiéndola atrapado entre sus redes, le arrancó el corazón del pecho una tarde de Noviembre. Arrancándole también toda posibilidad y esperanza de volver a amar. Desde ese día, nadie a vuelto a ver a aquella pobre chica y ella sabe que perecerá sola, sepultada por el olvido.
Al acabar la niña su discurso, Cat no pudo pronunciar palabra. Aquella no era una historia más, era 'su' historia. Y parecía que alguien más la conocía. Se levantó del suelo y miró con desconfianza a la pequeña, que la observaba desde un poco más abajo todavía con la vela entre sus manos.
-¿Quién eres?-Se atrevió a decir al fin.
-Tu futuro.
-Creía que yo ya no tenía de eso...-Contestó Catherine con un tono lastimero.
-He hablado con tu pasado y conozco tu presente. Pero lo que más me preocupa es lo que puedo ver en tus ojos.
-Eres un poco joven para ser mi futuro.
-El pasado es viejo, el presente maduro, pero el porvenir es una pequeña esperanza por crecer.- Aquella niña hablaba con un tono uniforme, sereno. Cat recapacitó en silencio unos insntantes.
-¿Y qué has visto en mis ojos?
-Vacío. Un vacío inquietante y prematuro.-Catherine no sabía muy bien si llegaba a entender a aquella pequeña.-¿Ves esta vela?-Observó el cirio encendido que sostenía en sus manos.-Esta llama representa el tiempo que va consumiendo tu vida. Y como ves, ya no le queda demasiado para desaparecer. Pronto tu corazón dejará de latir.
-Yo ya no tengo corazón.-Intervino Cat con nerviosismo.
-Te equivocas. Tú tienes corazón, siempre lo has tenido, pero permitiste que una bestia te lo arrebatara.
-¿Y qué quieres que haga?
-Se necesita un corazón para amar. Simplemente he querido recordártelo.
En ese preciso momento, una ráfaga helada inundó la cueva, apagando la vela de aquella niña y provocando que Cat la perdiera de vista por completo.
-¡Pequeña!-Gritó arropada por el frío.-¿Dónde estás? ¡No te puedo ver!-Pero nadie contestaba. Catherine vagó tambaleándose, como un pobre ébrio que busca a tientas la entrada de su casa, pero aquella cueva se encontraba ya vacía.
A bastos tropezones consiguió salir de la garganta de la montaña, donde una vez más volvió a encontrarse perdida en su conocido bosque.
Invadida por una sensación que bailaba entre el miedo y la incredulidad, recogió la cesta que había abandonado minutos antes y retomó su carrera desesperada hacia la cabaña.
Catherine no pudo ni comenzar a agotarse cuando no muy lejos, pudo vislumbrar su pintoresca cabaña. Una reconfortante visión que la animó a caminar tranquila y segura en dirección a su hogar.
Cruzó la puerta con ánsia y la cerró bien cerrada apoyando su espalda en la madera para poder descansar sus músculos. Rubber, que continuaba bajo la colcha, hubiera seguido dormitando de no haber sido por el portazo de Cat.
-¿Cat...?-Preguntó refregándose los abotonados ojos.
-Sí, soy yo, siento haberte despertado, Rubber.-Intentaba controlar su voz, que optaba por vibrar y temblar.
-¿Dónde estabas?
-Encontrándome con mi futuro...
-¿A si?-Bromeó Rubber, divertido.-¿Y qué te ha dicho?
-Que me muero.


Continará...

8.2.10

Cap. Tres

Amanecía una mañana gris, con centenares de nubes cubriendo el cielo sueco. Ese día Catherine se levantó algo más tarde de lo normal ya que el sol se había olvidado de anunciarle que era de día. Cat abrió los ojos con una extraña sensación que le provocó un escalofrío por todo el cuerpo.

-Qué frío...-Musitó mientras se frotaba los brazos. Observó el lado derecho de su cama donde Rubber continuaba durmiendo plácidamente.-No quiero despertarlo todavía.-Cat arropó a su amiguito y se levantó intentando hacer el menor ruido posible.
Calentó un poco de leche y cubierta con una manta, se sentó en la ventana a disfrutar de su desayuno. No se atrevió a abrirla, el contoneo de los árboles que por los cristales contemplaba la avisaban de que sería mejor que se quedara en casa. Pero no estaba dispuesta a seguir ese silencioso consejo. El frío siempre traía consigo un frescor que embadurnaba los frutos silvestres y le daban a sus tartas un sabor distinto, y a Rubber le encantaban.
Terminó su tazón de leche y se abrigó con la intención de salir a por los ingredientes de su tarta. Cat agradecía esos días tan fríos y húmedos. A pesar de calarle los huesos y congelarle las manos, aliviaban el ardor y la presión del agujero en su pecho, por ello siempre que podía aprovechaba para dar un paseo por los alrededores de su cabaña.
Antes de salir, volvió a echar un vistazo a la cama, Rubber aún se encontraba profundamente dormido, Cat pudo ver el bultito que hacía bajo la colcha. Cerró la puerta con delicadeza y se ajustó la bufanda para que le protegiera el rostro lo máximo posible.
El bosque se encontraba todavía dormido. El silencio y la tenue oscuridad confirmaban que la vida campestre también necesitaba de la luz solar para comenzar con su rutina. La tierra se encontraba cubierta con una alfombra de hojas secas con las que Cat disfrutaba al escuchar el crujido que emitían el ser pisadas. Aunque una pequeña neblina impedía a Cat poder contemplar qué sucedía bajo sus pies.
Los árboles comenzaban a perder sus hojas, y los pocos que quedaban todavía vestidos luchaban contra el venidero invierno por no quedar un año más desnudos ante su llegada. Catherine giró la vista y contempló su mortecino árbol vestido con las hojas que ella misma le tejía cada mañana. "Tú siempre estarás elegante para recibir a cualquier estación", dijo muy bajito.
Continuó su camino en silencio, atisbando de vez en cuando el paisaje anaranjado y rojo por el que estaba caminando. Sentía frío en todo el cuerpo, su delicada y blanca piel se volvía rojiza cuando sentía que bajaba la temperatura. Pero el hueco que sustituía a su corazón agradecía esa pausa que el viento le cedía a su resquemor. Catherine podía sentir la brisa helada calmando el interior de su carne.
Paseó durante más de media hora sin darse cuenta de que estaba alejándose demasiado de la cabaña. Pero aquél frío era tan consolador...
A su paso iba recogiendo pequeños frutos de entre los matorrales que se iba encontrando. El rocío helado que sobrevivía a la noche les daba un color vivo y apetecible, Cat contuvo las ganas de probar alguno y los almacenó en la cesta que había cogido antes de salir de casa. "A Rubber le va a encantar", se contentaba en pensar. Un negro cuervo la arrancó de sus pensamientos al atravesar las quebradizas copas de los árboles. Asustada, Cat reaccionó ante el ruido alertándose de que aquello no eran los alrededores de su cabaña.

-¿Dónde estoy?-Se preguntó.-Desde aquí no voy a saber volver...-Giró sobre sí misma intentando identificar algo de lo que le rodeaba. Pero la neblina ascendía lentamente y aquellos deshojados árboles parecían todos iguales.
Se ajustó el abrigo e intentó tranquilizar sus nervios, ¡era el bosque de siempre! caminando un poco conseguiría encontrar la vía de vuelta a casa. Pero a cada paso se inquietaba más. Las nubes iban tornándose en un color casi negro, amenazando lluvia, nieve, tormenta... o cualquier cosa que pudiera entorpecer más el camino hacia la cabaña. Y la niebla espesaba como el chocolate caliente de las mañanas. Catherine apretó el paso sin saber muy bien hacia dónde se dirigía, aquél paraje se iba volviendo más extraño conforme se adentraba en las entrañas de ninguna parte.
Cuando quiso darse cuenta, corría acalorada haciendo temblar las frutillas dentro de su cesta. Quería volverse silenciosa en aquél lugar que expiraba desconfianza, pero las hojas secas que cubrían la extensión del bosque, la delataban por donde quiera que iba. Casi parecía que flotaba, sin rumbo, desesperada por volver a la seguridad de su casa, donde le aguardaba Rubber.

-¡Voy a quedarme atrapada!-Jadeaba sin aliento.-Encontrarán mis restos rodeados por lobos y saquearán todo cuanto haya en la cabaña, ¡pobre Rubber!-Cat siempre fue dada a la exageración, y más aún cuando nada interesante asaltaba sus solitarios días dentro del bosque.
Corrió durante diez, quince minutos, observando por el borde de sus ojos los troncos secos y borrosos que pasaban por su lado a toda velocidad. Pero por más que corría, nada le era familiar, y su fantasiosa cabeza se divertía relatándose historias de fantasmas y hombres lobos que asaltaban a las jovencitas cuando salían solas a recoger frutos silvestres.
No pasó mucho tiempo más hasta que los pies de Catherine decidieron pausar aquella huída frenética. Le dolían las rodillas y el tobillo izquierdo que se había torcido un par de veces. Aminoró la marcha lentamente, le costaba respirar y en el caso de haber tenido corazón, seguro que se le habría salido por la boca. Se encorbó lo suficiente para poder apoyar las manos sobre sus muslos e intentó estabilizar su respiración, haciendo caso omiso del siniestro ulular de un búho madrugador que la observaba desde una rama. De repente, algo interrumpió los ejercicios tranquilizadores de Catherine.


Continuará...