¿Qué es La Coleccionista de Lágrimas?

Atento a la sinopsis en el primer apartado de la columna de la derecha :) Disfruta de la lectura.
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4.2.10

Cap. Uno (parte tres)

Pero nadie consiguió arrebatarle a Rubber, algo en Catherine la forzaba a no permitir que se lo llevaran de su lado, aunque su amigo de trapo jamás mostrara ningún interés por ella.
Nadie nunca se acercaba a visitarla. Su padre había fallecido a causa de una pulmonía meses atrás y la gente del pueblo incrementaba su soledad con rumores de brujería, locura y posesiones demoníacas. Nadie se atrevía a poner un pie en la casa de la que decían que podías salir maldito, o que Catherine y su ejército de fetiches de trapo te comerían el corazón hasta convertirte en uno de ellos. Pero nada de eso importaba a Cat. Con el tiempo, aquellas habladurías dejaron de llegar a sus apagados oídos, y con más tiempo aún, olvidó todo lo que kilómetros abajo blasfemaban sobre ella y su mundo.
La rutina de Catherine se elaboraba a base de despertar pronto cada mañana y bordar hojas de un hilo verde y brillante. Junto a su cabaña, había un árbol seco que por circunstancias que no vienen al caso, llevaba muerto varios años. Pero Cat, en su irrefrenable intento por devolverle la vida, colgaba cada mañana de sus secas ramas una hoja de lana que le diera de nuevo un toque primaveral y vivo.
"Que al menos uno de nosotros pueda recuperar lo que le quitaron", repetía todos los días bajo aquél álamo oxidado.
Daba largos paseos por el bosque, con la esperanza de poder encontrarse con un leñador extraviado con el que poder mantener una conversación decente acerca de lo mal que se porta el invierno en Suecia, de lo ricos que le salen los creps o de por qué todo el mundo se había olvidado de ella.
Cocinaba para ella y para Rubber, que, desagradecido, jamás se terminaba su plato. Pero Cat insistía con la seguridad de que algún día no podría resistir más el hambre y devoraría hasta la mesa.
Por la tarde construía palacios de naipes y templos de mondadientes hasta que el sol le avisaba de que ya era hora de acabar el día.
Y por la noche, se recostaba en su cama esperando levantarse con los ojos secos y el corazón en su sitio. Pero eso nunca ocurría.

Una noche, después de lavar los cacharros de la cena y calentarse las pétreas manos en la chimenea, una fuerte corriente de viento apagó el fuego de un soplido y casi la precipita contra los maderos crepitantes. Cat, exaltada, se dirigió hacia la ventana con el corazón en un puño -si lo tuviera-.
-¿¡Qué ha ocurrido?! ¡Yo dejé esta ventana cerrada! ... ¿Rubber?, ¿Rubber?- Se balanceó por toda la habitación examinando cada rincón donde pudiera haberse dejado a su viejo amigo.- ¡Estúpidos cuervos! ¡Rubber! ¿Dónde estás?
La oscuridad iba apoderándose de la estancia y el inquietante ruido de platos que se movían alteraban sus nervios y la hacían desestabilizarse.
-¿Quién anda ahí? ¡Márchate! ¡Márchate! ¡No aparezcas cuando no pueda verte y vuelve con el sol si no quieres que te haga daño!
-Sssshh- Se escuchó.
-¡No me mandes callar!- Contestó Catherine.
-Sssshh, no eleves la voz, Catherine, y arrímate a tu almohada donde me encuentro descansando, vieja amiga.
Catherine no conocía de nadie que pudiera llamarla 'vieja amiga' y, apurando más la situación, Catherine no conocía a nadie. Permaneció pensativa unos instantes de espaldas a su cama, intentando imaginar a quién podría encontrarse si se daba la vuelta. Tras unos incómodos minutos de frío y tensión, decidió rotar sobre sí misma lentamente. Al fin y al cabo, ¿qué podía perder?
Al haber completado los 180º de trayectoria, quedó frente a frente con su almohada, la cual, bajo la oscuridad de la noche parecía vacía. Entrecerró los ojos intentando enfocar al emisor de aquellos chisteos y poder identificarlo -si es que podía-. Y no pasaron muchos segundos hasta que abrió lentamente los temblorosos labios y se atrevió a probar con un nombre:

-¿Ru...Rubber?


Continuará...


3.2.10

Cap. Uno (parte 2)

Y no hizo falta nada más ¿para qué interrumpir la conversación de las miradas con absurdas palabras? Los pájaros cantaron sólo para ellos, el viento le revolvió el pelo y sus ojos verdes se volvieron oscuros y profundos, la piel de ambos se erizó y los músculos cardíacos botaron extasiados en sus respectivos pechos.
Quizá cruzaron algunas frases nerviosas mientras recogían los restos del recipiente y comentaban el calor inusual que se cernía sobre ellos.
Los años que acontecieron se han perdido en la memoria de Catherine, evita con tanta fuerza el recuerdo que ha ido perdiendo poco a poco la capacidad de recordar. Alterna tontamente épocas en las que su estómago iba a estallar de alegría y miles de mariposas iban a llevársela hasta las nubes, pero también luego la invaden otras en las que se está ahogando en noches interminables dentro de su almohada. Lamentablemente, Cat se va deteriorando y le pese lo que le pese, llegará el día en el que jamás pueda recordar. Ni a su padre, ni su infancia en las calles, ni a Axel... ni nada.
Por suerte, Cat se hizo con la manera de dejar a buen recaudo su mente. Fue una mañana fría, helada, en la que con todas sus fuerzas intentó recordar qué la había hecho levantarse con los ojos empañados. Pero le fue imposible. Por más que forzaba su cerebro, su alma, su corazón... Su corazón. Se tocó el pecho y rozó con lástima un gran agujero oscuro, que ardía, que dolía. Aunque más dolían las ganas de recordar y no poder. Nada hiere más al alma que un recuerdo extraviado en el olvido. Fue ese día, esa mañana, donde comprendió que se estaba desintegrando... Que al igual que una muñeca de porcelana vieja, se iba desgastando y estropeando con el tiempo.
Pero su capacidad creativa -para su alivio- quedaba todavía intacta, llena de vida y con ganas de darle al mundo todo lo que hervía en su cabeza. De modo que se levantó de un salto haciendo volar las lágrimas que se habían acumulado durante el sueño y se dirigió rápida -con miedo de olvidar- hacia su costurero. Dentro siempre tenía de todo, de todo lo necesario para poder bordar cualquier cosa en cualquier parte siempre que le apeteciera. Sacó hilo, agujas, botones... y buscó en la cocina algunos viejos trapos que ya no fueran de utilidad.
Reunidos los materiales, se sentó bajo la ventana que iluminaba su cama aprovechando los primeros rayos del sol que le facilitaban la tarea. Y, en cuestión de a penas una hora, Cat creó de los desperdicios, un pequeño muñeco de trapo con ojos de botones y sonrisa rasgada al que llamó Rubber.

- Tú serás mi confidente. Tú me escucharás y absorberás en tu cerebro de trapo todo cuando salga de mis labios. Así siempre podré recordar. Así nunca olvidaré.- Susurró con pena en su inerte oreja una vez acabado el trabajo.

Aquél pequeño muñeco pasó semanas en el alféizar de la ventana escuchando paciente los translúcidos momentos que Catherine lograba rescatar de sus lagunas mentales. Intentaba contarlos con todo lujo de detalles para que jamás se perdiera nada, como quien describe los rasgos de la mujer más hermosa del planeta.
A veces Cat se sentaba y miraba fíjamente los inexpresivos ojos de Rubber, esperando que él consolara su angustia y le diera respuesta a sus interminables preguntas. Pero el pequeño muñeco jamás contestaba, jamás se movía. Sólo viajaba cuando algún cuervo listo se colaba en la casa e intentaba hurtar con malicia al amigo de Cat.

-¡Maldito! -Gritaba desesperada.- ¡Fuera cuervo! ¡Fuera! ¡Búscate quien te escuche, este amigo es sólo mío!- Y entonces decaían sus fuerzas al recordar esa sensación de sentir que alguien se va... Que alguien abandona su corazón.


Continuará...

Cap. Uno

"I want to feel sun in my face, I feel the shadows in its place"


- Aún recuerdo la última vez que sonreí.
Esa tarde de noviembre me persigue como un ratón hambriento, esperando ansioso por devorar hasta el último trozo de queso. Y el queso es mi deteriorada memoria.
Aún así, hacía frío, lo recuerdo. Pero los rayos de sol se colaban entre las hojas de los álamos, convirtiendo el bosque en un paraíso cobrizo. El sol... El sol calentaba mi fría piel entre aquél paraje helado. Con los ojos cerrados y las mejillas sonrosadas por el viento, no pasaba por mi cabeza más que no fuera ese mismo instante. Ese mismo momento en el que cogidos de la mano disfrutábamos de aquellos segundos de calor en el frío Noviembre sueco.
Abrí los ojos y allí estaba él, burlándose de mi nariz roja y haciendo bromas que me hacían desternillarme. Sé que el tiempo se paró en ese instante, aunque falten los testigos que puedan darme la razón. Axel se movió lentamente hacia mi, mezclándose ligeramente con la brisa que nos helaba las orejas. Las sombras doradas del atardecer esculpían sus pómulos, su sonrisa... Y al sostenerme las mejillas, dejé de sentir frío y todo cuanto sucedía a mi alrededor, como siempre ocurría cuando me besaba. En esos segundos, mis pies decidían abandonar el suelo para convertir la sensación de sus finos labios en algo cómodo y ligero, como el balanceo de una mecedora en la habitación de un bebé. Mis ojos se cerraban involuntariamente para disfrutar con más intensidad de ese momento, que siempre vivía como si fuera el último, y del que me apenaba a su fin cuando separaba su rostro del mío, dejando introducirse su aliento en mi boca, que hacía arder mi garganta e invadía mi corazón de vida... Mi corazón...

- Eres una exagerada, Cat.
- ¡No lo soy!
- Te vi sonreir ayer cuando un copo de nieve te besó la frente.
- No sonreía... Intentaba aspirar despacito el frescor de la nieve. Me escuece el pecho...

Catherine Alister vivía sola en medio de un perdido bosque en Dalarna desde hacía más de año y medio. Pero no siempre había sido así.
Hasta donde ella podía recordar, no siempre había estado sola (sin contar con la compañía de Rubber).
No hará más de seis años, habitaba feliz junto a su padre una casita de madera justo en el centro de Dalarna. Él se dedicaba a revolverle el oscuro cabello y a la carnicería del lugar. Y ella, hilaba soñando con salir volando por la ventana y frecuentaba las calles buscando libros y alguien con quien poder hablar. Una mañana calurosa, la presión y la sequía de su garganta le pidieron que bajara a la fuente a remediar aquella molestia y, fue mientras rellenaba una bonita vasija cuando le vio: Axel Van Cashter, un mozo de los alrededores. No muy rico, no muy agraciado y a penas se le conocía por sus negocios de poca monta. Pero la sonrisa que suspiró al ver el paisaje en el escote de la joven, hizo que a Cat le temblaran las manos y los decorados de la vasija se quebraran en mil pedazos en el ardiente suelo de piedra de la plaza. Aquella mañana de verano.


Continuará...